Por: VIRGEN OVALLES
El respirar se dificulta cuando se conjuga el pasado y
el presente, cuando se compara lo sensible con lo despiadado, cuando se iguala
lo creíble con lo increíble, entonces, surge el dolor de la indiferencia que va
tejiendo confusiones que repercuten hacia la ira de la impotencia sumergida en
el silencio, ante una sociedad que ha cedido
el espacio de la paz, el reclamo a sus derechos, la confianza, el amor
propio y el dolor de los demás, a roedores que excavan lentamente pero firme
con profundas grietas que señalizan el compromiso de “proteger el territorio democrático”
que se hace llamar, República Dominicana.
La abundancia se codea en los más alto, hasta el punto
de apalear a los más bajos, que en su mayoría sienten el cerco de la
inmunización ante lo que acontece a su alrededor, que no deja de ser una
pesadilla convertida en realidad, que se pasea por todo y cada uno, atrapando a
los más vulnerables, que no pueden exhibirse ni pertenecer a las finas
joyerías, que dentro de sus exclusivas prendas, solo incluye las grandes
esferas que son el centro de aquellos que perciben el reflejo del poco crecimiento
para sustentar y seguir trillando ese camino que se hace cada vez tedioso y
difícil de sobrevivir en medio de las posibilidades que arriban a la hora,
lugar y en el momento indicado y, sobre todo, perfecto hacia el poder, que se
impone al mayor control para determinar la medición de que, no son todos lo que
están, ni están todos los que son en el futuro inmediato.
Pretender recorrer las avenidas en tiempo de
solemnidad no es trascendental, requieren de momentos estratégicos, que por
vías de rostros sensibles que apuestan a un ambiente equitativo, pretenden
alcanzar la cima que promete la esperanza de aquellos que son, fueron y serán
el motor para continuar guiando el sabor del buen paladar.
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