Como la última brizna de fuego en uno de sus eternos tabacos, así se apagó el miércoles en la tarde, en La Habana, la vida de Conrado Eugenio Marrero Ramos, el pelotero de Grandes Ligas más longevo del mundo y el ejemplo más claro de que no siempre es necesario un físico impresionante ni el vigor de la juventud para alcanzar una meta.
Rogelio Marrero, su nieto, confirmó en la capital cubana, a solo dos días de cumplir los 103 años, la partida física de quien en la isla era conocido como “El Guajiro de Laberinto” o “El Premier” y que para los estadounidenses en las Mayores pasaba bajo los sobrenombres de “Connie“ y “El Curvo”.
En una suerte de rareza donde el béisbol profesional era tratado de olvidar como política de Estado durante varias décadas, Marrero era visto como un héroe nacional, una figura capaz de unir a los cubanos de varias generaciones, y un puente innegable —débil, pero puente al fin y al cabo— entre el béisbol de la época precomunista y el establecido por el régimen de Fidel Castro.
En alguna ocasión el ex lanzador de los Marlins Liván Hernández recordó como Marrero, nacido en Sagua La Grande el 25 de abril de 1911, lo ayudó a mejorar su curva y el ex pitcher de las Mayores René Arocha no puede contar en su mente las veces que conversó con esta leyenda viviente sobre temas que iban desde la pelota hasta los confines de otros aspectos de la vida.
“Lo recuerdo con mucho cariño, como alguien que siempre estaba regalando consejos”, rememoró Arocha, estrella de las Series Nacionales y el que volvió a abrir las puertas para los cubanos en Grandes Ligas. “A pesar de que siempre estaba bromeando, con su tabaco en la boca, imponía respeto. Sabíamos que había sido alguien importante en la pelota profesional, pero desconocíamos los detalles, porque el gobierno no decía mucho al respecto”.
Los detalles, de los que muy poco se hablaba en las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado, se pueden resumir de esta manera: un récord de 39 juegos ganados y 40 perdidos y 3.96 de efectividad con los Senadores de Washington; sus triunfos en la pelota amateur y su participación en cinco campeonatos mundiales; su incursión en la liga profesional antillana, junto con sus marcas para una temporada en blanqueadas (8) y promedio de carreras limpias (1.12); y su carrera en las Ligas Menores.
Pero la importancia del pitcher cubano va más allá de las estadísticas. Marrero puso un pie en un montículo de la gran carpa a pocos días de cumplir 39 años de edad, y a los 40 años, en 1951, se convirtió en el pelotero más viejo hasta ese momento en ser elegido a un Juego de Estrellas.
“Sin duda, era uno de los pitchers más inteligentes que recuerdo”, apuntó desde Atlanta Felo Ramírez, miembro del Salón de la Fama del Béisbol, que narró varios partidos de Marrero en el Estadio del Cerro antes de ser la voz de los Marlins y otros tantos equipos. “No tenía nada en la bola, pero tenía un mundo de malicia. Un bateador lo veía tan chiquito, perdido dentro del uniforme, y pensaba que iba a coger mangos bajitos, pero casi siempre él se las arreglaba para salir adelante. ¡Y cómo fumaba!”.
Con una estatura de 5.5 pies, un peso (en su mejor tiempo) de 158 libras y su proverbial edad, muchos creyeron que Marrero nada tenía que hacer en una lomita de las Mayores, al punto que Bob Wolff, narrador de los Senadores de 1947 a 1960 afirmaba que “parecía de todo menos un pitcher”. Sin embargo, Marrero realizó un papel digno de 1950 a 1954 con una franquicia sotanera, de la que no se esperaba nada y que jamás terminó más allá de la quinta posición en los años de actuación del cubano.
Nunca olvidaría que en su quinto partido en Grandes Ligas ponchó al tremendo Ted Williams, aunque el legendario bateador de Boston le sacó del parque dos bolas al “Premier“en un choque posterior.
Marrero gustaba contar que al finalizar ese choque Williams le pasó la mano por encima y le dijo de manera condescendiente, “este fue mi día”. El pitcher de Sagua La Grande, con cara de pícaro, le contestó “todos los días son tus días”.
Pero Williams supo hacerle justicia a Marrero al comentar que “ese tipo tira de todo menos la pelota”. Y uno de sus compañeros de equipo, Pete Runnells, afirmó que el cubano “no le tiraría una bola buena ni a su madre para que pudiera batear”.
Uno de los mejores periodistas de su era profesional en Washington, Bod Adie, escribió que Marrero “se habría convertido en un miembro del Salón de la Fama de haber llegado [a las Mayores] a una edad temprana”.
Cuando se prohibió el béisbol profesional en Cuba a partir de 1960 y muchos de sus contemporáneos partieron al exilio, Marrero decidió quedarse para cuidar de sus padres ancianos.
Y en medio de toda la losa de olvido que por esos duros tiempos impuso el gobierno cubano al pasado profesional, la figura de Marrero permaneció como una viga sólida en medio de la tormenta, un punto de referencia que ni los accidentes políticos pudieron derribar y que, eventualmente, recibió el reconocimiento de todos en cualquier lado del espectro humano.
En febrero del 2011 se convirtió en el ex jugador de Grandes Ligas más viejo del mundo tras la muerte del infielder de los Dodgers de Brooklyn, Tony Malinosky, pero también por esos días su salud comenzó a decaer, luego de una operación de cadera que le impedía caminar.
Después de una larga batalla burocrática, Marrero comenzó a recibir una ayudad económica de la Asociación de Jugadores de Grandes Ligas en justo reconocimiento a sus temporadas en la mejor pelota del mundo.
Una de sus últimas apariciones públicas que se recuerden se produjo en 1998 durante la presentación de los Orioles de Baltimore en La Habana, cuando Marrero, a los 87 años, fue invitado a lanzar la primera bola ceremonial.
Pero en vez de una Marrero lanzó tres y luego retó al bateador Brady Anderson a que fuera a la caja de bateo. El entonces slugger dejó pasar dos pelotas que se marcaron como strikes y cuando intentó tocar la última, falló y fue puesto out de manera jocosa.
“Ese es el Marrero que conocí y que recordaré hasta el último de mis días, se reía de todo y con todos, pero cuando tomaba una pelota en la mano, se transformaba”, apuntó Ramírez. “No puedo recordarlo sin su tabaco en la boca. Un día le pregunté, ‘ven acá Conrado, a ti el tabaco no te hace daño’, y él me respondió, ‘que va chico, me mantiene el brazo fresco’ ”.
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