Nicolás Maduro |
Estados Unidos pretende mantenerse lo más alejado posible de las
elecciones en Venezuela para evitar acusaciones, como las que ya se han
producido estos días, y que el Gobierno norteamericano cree que son intentos de
parte del Gobierno de Nicolás Maduro de crear confusión y distorsionar todo el
proceso para hacer aparecer a los representantes de la oposición como meros
servidores de Washington.
“Es evidente que las autoridades venezolanas pretenden elevar la
tensión y distraer la atención antes de las elecciones”, opina un alto
funcionario de la Administración estadounidense en relación con las denuncias
hechas por Maduro de que la CIA provocó el cáncer que acabó con la vida de Hugo
Chávez y que agentes norteamericanos habrían tratado de matar al candidato
presidencial de la oposición, Henrique Capriles, para desestabilizar Venezuela.
“Son acusaciones muy extrañas y que se corresponden con esfuerzos
similares hechos en el pasado por el Gobierno de Venezuela para crear un debate
innecesario. Nosotros no estamos interesados en ese intercambio de
acusaciones”, afirma la misma fuente. “La naturaleza, el volumen y la
constancia de esas acusaciones muy extrañas indican cierta ansiedad de parte
del presidente Maduro”.
Hasta ahora, EE UU ha desmentido formalmente a través de los
portavoces del Departamento de Estado o de la Casa Blanca esas imputaciones,
pero se ha resistido a ir más allá o a responder en el mismo tono. La
Administración sí contestó a la expulsión de dos agregados militares de su
embajada en Caracas con una medida idéntica contra otros dos diplomáticos
venezolanos en Washington, ambos, según algunas fuentes, conectados con los
servicios de inteligencia de ese país.
Desde que asumió el mando, Maduro no ha cesado en los ataques contra
EE UU, en ocasiones con más agresividad y persistencia con que lo hacía el
propio Chávez. A las sucesivas críticas por la supuestas injerencias en los
asuntos internos venezolanos, se sumó esta semana la presidenta del Consejo
Nacional Electoral, Tibisay Lucena, que protestó oficialmente por unas
declaraciones a EL PAÍS de la secretaria de Estado adjunta para América Latina,
Roberta Jacobson, en las que pedía “unas elecciones limpias y transparentes”.
Como culminación de ese proceso de acusaciones contra EE UU, el ministro
venezolano de Relaciones Exteriores, Elías Jaua, anunció el miércoles que su
Gobierno suspendía todo tipo de contacto con Washington “hasta que EE UU
aprenda a respetar la soberanía de Venezuela”.
Por lo general, la Administración norteamericana se ha mantenido al
margen de esa polémica, aunque sí está algo sorprendida por la virulencia de
las críticas escuchadas. Como política que se remonta a los años del Gobierno
de George W. Bush, EE UU no contesta nunca a las acusaciones que formula
Venezuela. Incluso ha intentado en diversas ocasiones una aproximación. La más
reciente de ellas, durante las últimas semanas de la enfermedad de Chávez, cuando
Jacobson conversó por teléfono con Maduro sobre la posibilidad de un
acercamiento.
Aquella gestión no sólo no dio frutos sino que, una vez desaparecido
Chávez, incluso subió el tono antinorteamericano de los gobernantes
venezolanos. Eso se interpreta en esta capital como una mera maniobra política
del régimen, sin que despierte mayor preocupación que la molestia que supone
para la actividad diplomática de EE UU en América Latina.
Venezuela no ha supuesto nunca una amenaza para seguridad nacional de
EE UU ni ha sido tratado jamás como un peligro equiparable a Irán o Corea del
Norte. La relación que Chávez estableció con el régimen iraní incomodó,
indudablemente, a las autoridades norteamericanas, pero no hasta el punto de
variar la política que se había sostenido hasta la fecha. Chávez nunca cumplió
con las amenazas de cortar el suministro de petróleo a EE UU –que representa
menos del 10% de la importaciones de este país- ni afectó a ningún otro aspecto
verdaderamente sensible de los intereses norteamericanos.
Washington calcula en que eso seguirá siendo así con Maduro y se
prepara para soportar durante algún tiempo nuevas andanadas de ataques verbales
que podrían ser parte de una estrategia del nuevo presidente para consolidar su
poder dentro de un régimen sacudido por la desaparición de su líder.
El primer paso de la estrategia norteamericana frente a esa realidad
es el de una extrema prudencia de cara al proceso electoral. Las fuentes
oficiales consultadas aseguran que la Administración de Barack Obama se
mantendrá atenta a que las elecciones se desarrollen conforme a los compromisos
democráticos que Venezuela ha asumido internacionalmente. “Ese es un asunto de
principios”, recordaron la fuentes. Pero EE UU no tiene la intención de
presionar mucho públicamente. “Este es un proceso que corresponde enteramente a
los venezolanos”, añadieron.
La prudencia norteamericana ha llegado a exasperar a algunos miembros
de la oposición que quisieran una posición más firme de parte de Washington.
Pero el cálculo que hace la Administración es el de que cualquier paso en falso
que Maduro pudiera explotar a su favor sólo serviría para perjudicar las
opciones de victoria de Capriles.
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