Anoche viajé de Cusco a Puerto Maldonado y en el bus había unos 20
haitianos. Llegan unos 15 buses al día, el éxodo haitiano se va
incrementando”, relata a EL PAÍS el sacerdote diocesano René Salízar. Él
ha sido testigo de la crisis humanitaria que vivió en 2011 el distrito
fronterizo de Iñapari (selva sur, departamento de Madre de Dios), cuando
los haitianos no podían pasar libremente a Brasil.
Si bien el Gobierno
de Dilma Rousseff autorizó en mayo una visa especial permanente para
ellos, aún muchos continúan atravesando Perú -de norte a este- pagando
a coyotes (traficantes que les ayudan a cruzar la frontera).
“En Haití, la corrupción es diez mayor que en Perú. Allá solo entregan
100 visas mensuales, por eso optan por pagar a los traficantes”,
explica.
En 2011, la parroquia de Iñapari que administraba Salízar llegó a
albergar a 380 haitianos. Fue complicado para ellos debido a que se
trata de una localidad pequeña, sin abastecimiento, policía, ni
servicios para un incremento de población tan repentino. “Eran
ciudadanos de todo tipo, estuvieron más de un mes en el templo”, explica
el sacerdote desde Puerto Maldonado, la capital de Madre de Dios, cerca
de la frontera con Brasil y Bolivia.
El flujo de migrantes haitianos hacia Brasil que cruza por Perú
procede generalmente de Quito. El Gobierno del presidente Correa acabó con la obligación de contar con visado en 2008
para todos los extranjeros. Por eso los haitianos ingresan por la
frontera norte de Perú con Ecuador, evadiendo los controles migratorios.
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