La gente hace muchas cosas en nombre de la fe |
Esta Semana Santa algunos
caminarán a través de un polígono de tiro del ministerio de Defensa en
Northumberland, al norte de Inglaterra, con un enorme crucifijo sobre sus
hombros.
Los creyentes seguirán un camino
de casi 160 kilómetros -de las ciudades de Carlisle a Lindisfarne- como parte
de una peregrinación anual.
A Maggie Mason le encanta la
idea, porque "no ocurre en el interior de una iglesia y no está controlado
por las figuras de autoridad".
A sus 59 años, ha perdido la
cuenta del número de veces que ha participado en el recorrido.
Su primera vez fue en 1977, un
año después de que comenzara la peregrinación de la Cruz del Norte, en Penrith,
en el condado de Cumbria, en el noroeste de Inglaterra.
En ese entonces estaba embarazada
de su primer hijo, y al líder de la caminata le preocupaba que el esfuerzo tuviera
repercusiones.
Este tramo –hay siete desde
distintas ubicaciones en Northumberland y Escocia- recorre la muralla de
Adriano, pasando por la zona de entrenamiento del ejército de Otterburn y
rodeando los montes Cheviot.
Entre disparos
A Mason le gusta el camino que
atraviesa el ministerio de Defensa, para el cual los caminantes necesitan un
permiso especial. "Nos dijeron que es seguro ir, pero no es garantía de
que no habrá disparos ese día", dijo.
Empezó en 1976.
Incluye siete tramos: desde
Bellingham, Seahouses, Lanark, Melrose, Carlisle, Edinburgh y Iona.
Los caminantes se reúnen en Beal
Sands en la mañana del Viernes Santo para cruzar la calzada hacia Lindisfarne
(también conocida como la "isla sagrada").
Después celebran la Pascua con un
servicio mitad católico, mitad anglicano, en la isla de la iglesia.
"Hubo un año en que
caminaron entre nosotros y fue muy emotivo. Oíamos los disparos. Te hace pensar
en las mujeres que viven en áreas devastadas por la guerra, que escuchan
bombardeos diariamente", expresó Mason.
La peregrinación no es fácil, ni
está destinada a serlo. Quienes la practican duermen en el suelo en los salones
de las aldeas, y cargan crucifijos.
La cruz Carlisle –la de la señora
Mason reposa en su ático durante el resto del año y es más grande que ella- es
fundamental para la procesión.
Se lleva en parejas, compartiendo
la carga. Cada grupo tiene una y hay unas más pequeñas, para los niños.
"Es una forma muy profunda
de entrar en contacto con Jesús durante la Semana Santa", añadió.
"Te hace pensar: ¿realmente
creo en esto?, ¿para qué estoy sudando tanto?, ¿por qué cargo con algo tan
pesado?, ¿por qué tengo frío?, ¿creo en esto o no?".
"Un poco loco"
La peregrinación no es fácil, no está
destinada a serlo. Quienes la practican duermen en el suelo y cargan enormes
crucifijos.
Sophie Swarbrick, de 22 años de
edad y estudiante de la Universidad de Northumbria, dice nunca haber caminado
una distancia tan extensa como el tramo de Carlisle.
"Puede que sea un desafío,
sin las duchas a las que estoy acostumbrada, sin secador de pelo, pero creo que
será muy divertido", dijo.
Sus amigos piensan que está
"un poco loca", pero es sobre todo la distancia, y no la religión ni
el crucifijo, lo que los asusta.
"Creo que mucha gente está
demasiado acostumbrada a sus comodidades y no concibe desprenderse de ellas
durante una semana y salir a caminar", señaló.
Los peregrinos no siempre se
ajustan a un estereotipo: hay quienes viajan en busca de la fe y hay quienes ya
están seguros de tenerla.
Mason recuerda haber visto a
ateos, agnósticos, hindúes y judíos. Se juntan para cruzar la marea de
Lindisfarne el Viernes Santo, convirtiéndose en atracción turística, explica
Mason.
"No es común ver a un grupo
de personas caminando, cargando una cruz sin importar el viento, el clima y las
tormentas de nieve", dijo. "La sola idea genera escalofríos",
concluyó.
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